Mi primer viaje a la Luna fue cuando cumplí ocho años. No sabía bien dónde quedaba ni qué había, sólo sentía que tenía que ir.
En pocos minutos preparé mi mochila. Empaqué lo indispensable: cepillo de dientes, una manta y un traje de baño.¿Cómo era el clima? No lo sabía.
Siempre hay que estar preparado, pensé.
Antes de salir agarré dos paquetes de galletitas y un termo con café. Sabía que el café mantenía despierta a mamá cuando iba a trabajar, y como suponía que iba a ser la única vez que iba a ir, no quería perderme nada del paisaje.
Me senté a esperar en la vereda de mi casa a que me pasaran a buscar. Me dí cuenta que en los próximos días iba a estar lejos. En realidad tampoco sabía con exactitud cuántos días iban a hacer; lo que sí sabía era que lo iba a extrañar a Manolo, mi hamster. Él me había acompañado mucho éltimamente, sobre todo cuando tenía miedo.
Tomé de mi bolsillo la cartita con las recomendaciones y decía muy claramente que estaba prohibido llevar animales. Pobre Manolo, nunca iba a poder llegar a la Luna.
Pasaron los minutos y llegó Juan en su nave espacial. La estaba estrenando en ese viaje. Era linda la nave, toda roja y lustrosa.
Se detuvo y sacó la mano por la ventanilla, y yo salí apresurada a su encuentro. Nos saludamos enganchando nuestros dedos meñíques y partimos hacia la aventura.
A mitad de camino, por lo menos eso pensaba dado el tamaño pequeño de las casas, saqué las galletitas y el café para merendar. A Juan no le gustaba el café, así que tomó de su propio termito una chocolatada. Sus labios quedaron manchados, y una especie de bigote color marrón cubrió su boca. Yo lo miré y sonreí.
Con la panza llena, me dormí un rato apoyando mi cabeza sobre la Susy, mi muñeca de trapo. Al fin y al cabo el café no había surtido ningún efecto.
Al despertarme sentía la extraña sensación de estar en una especie de sueño. Todo a mi alrededor aparecía como destellos de recuerdos vividos previamente.
Juan, que bostezo grande cuando lo miré, seguía al mando de la nave. Atravesábamos ya el cielo negro profundo y a nuestro lado las estrellas seguían su camino de manera fugaz.
De repente, sobre el manto que cubría todo, apareción Ella. Grande y redonda, blanca y luminosa, la luna lunita, aquella misma que miraba todas las noches desde mi terraza, la que iluminaba mi habitación para no tener miedo.
Juan también se entusiasmo al verla. Su rostro se transformó y sus manos comenzaron a sudar el manubrio de la nave. Comenzamos a rodearla lentamente: queríamos ver desde cerca qué había en aquellos agujeros que desde lejos le dibujaban una cara.
Cuando por fin decidimos bajar, una emoción corrió por mi cuerpo. Era una sensación más grande que cuando me regalaron a la Susy. No lo podía creer! Estaba en la Luna!
La nave descendió lentamente y se apoyó sobre ella. Se abrió la puerta y lo primero que vimos fue una piedra amarilla que brillaba más que el fuego.
Fuimos hasta ella y nos quemamos.
1 comentario:
yo te mirè desde acà mientras te pasaba todo eso...
susy y manolo me van ayudar a soplar las quemaduras.
una música dice, que si mirar de cerca la luz te puede estremecer...
una amiga dice, que sos la nena mas hermosa en toda la nave roja.
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