domingo, 11 de agosto de 2013

Silencio

A raíz de mi reciente maternidad me encontré pensando en el viaje en colectivo, como muchas otras veces pero con un bebé en brazos en esta ocasión, que las madres llegamos a experimentar con frecuencia momentos de saturación por el RUIDO incesante.
Nuestras crías lloran o gritan o hablan, hay RUIDO. Estamos mal dormidas, con el cuerpo cansado, irritables y hay RUIDO…  cuando se sale a hacer un mandado, a pasear, a trabajar, en la misma casa. Autos, motos, colectivos, máquinas, fábricas, heladeras, computadoras. RUIDO. Ahora, en pleno puerperio y más sensible a algunos detalles, me encuentro sumergida en un espacio que no es apto ni para mí ni para mi hijo, espacio que nos es hostil y que contribuye a que esté más cansada, más irritable y que me aleje más de ese bebé que por su condición no tiene otra manera de comunicarse que no sea a través del llanto.
Como sociedad naturalizamos completamente el chillido de un colectivo al frenar porque no se le hacen los mantenimientos apropiados pero miramos con incomodidad al niño que grita por la ventana del transporte escolar.
Esta reflexión fue casi en simultáneo con la explosión ocurrida en mi ciudad, Rosario. Luego de que ocurriera y para facilitar la tarea de rescate, lo primero que se pidió en la ciudad fue SILENCIO. Ante la muerte, la tragedia y la conmoción se solicita aquello tan preciado y que parece haberse ido.
Hoy, para mí, el SILENCIO es lo que permite la conexión con el interior, el estado que deja acontecer los deseos, la verdad, los sentimientos, el Ser. Si no hay silencio, no hay nada.
Vivimos, hoy, en un RUIDO constante, un ruido que nos lleva a hacer más ruido, un ruido en el que no se destaca ni el llanto de un niño, ni una respiración profunda, la piel junto a la piel, ni el suspiro por la pérdida de un ser querido.

Este temblor vino a movernos. Vayamos al Silencio, amemos el Silencio. 

1 comentario:

Adamea dijo...

Hola Kai, gracias por tu comentario en mi blog.
un saludo